Para todos aquellos no amantes de la ciencia ficción, o que simplemente hayan vivido debajo de una piedra, durante los últimos 50 años, os diré que “Doctor Who”, es la franquicia más longeva (como consta en el libro Guinness de los records) y una de las más emblemáticas, que haya dado jamás dicho género. Iniciada en 1963 y aun continuada a día de hoy, la serie narra las aventuras del doctor, nativo de Gallifrey y último superviviente de una raza ancestral denominada los señores del tiempo, los cuales fueron exterminados tras una feroz batalla contra los belicosos Daleks.
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El doctor, viaja a través del tiempo y del espacio en la Tardis, una máquina del tiempo con forma de cabina telefónica y siempre acompañado de una partenaire femenina, se dedica a salvar civilizaciones y a salvaguardar la historia del universo en una serie galardonada con infinidad de premios y que es ya, todo un emblema de la cadena británica BBC, la cual, ha producido varios Spin-off de la misma, como “The Sarah Jane Adventures”, el episodio piloto de “K-9 and Company” o la más importante y serie que nos ocupa: “Torchwood”. Aparte de por supuesto, todo el merchandising habido y por haber: cómics, videojuegos, novelas, bandas sonoras, etc...
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Inicialmente concebida como “Excalibur” por su creador Russell T.Davis en 2005, cuando el guionista barajaba la idea de crear un Spin-off de “Doctor Who”, al tiempo que trabajaba en la primera temporada de la serie moderna de las aveturas del señor del tiempo, el proyecto terminó por rebautizarse como “Torchwood” y el origen de esto no deja de ser curioso, pues en realidad la palabra “Torchwood”, no es otra cosa que un anagrama de “Doctor Who”, con el cual, los responsables de la serie, enviaban cifradas las cintas que contenían los episodios de la misma desde Cardiff a Londres, para que nadie las robase o copiase en el camino para difundirlas por internet.
El instituto Torchwood, es una agencia externa del gobierno británico creada en 1879 por la reina Victoria con el propósito de investigar y neutralizar cualquier fenómeno extraterrestre ocurrido en el reino unido. La primera referencia a “Torchwood” en “Doctor Who”, la encontramos en el segundo episodio de la segunda temporada (época moderna): “Dientes y Garras”, donde el décimo doctor (David Tennant), tenía que hacer frente a un hombre lobo que aterrorizaba a la corte inglesa. Si bien, para encontrar el verdadero momento de gestación en abierto de la serie, debemos retroceder hasta la temporada anterior, la protagonizada por el efímero noveno doctor (Christopher Eccleston) y en concreto hasta su noveno capítulo: “El Niño Vacío”, pues es en éste, en el que hace aparición por primera vez en la serie, la figura del Capitán Jack Harkness, sobre quien a la postre, giraría todo el universo “Torchwood”.
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Harkness, un misterioso personaje que tiene como principal característica su inmortalidad y que fue definido por el propio doctor como “un punto fijo en el espacio y el tiempo”, aparecería en la serie a partir de ese punto, en ocasiones esporádicas y siempre para combatir al lado del doctor, por el que siente un amor que va más allá de la propia admiración. De hecho, ya desde dicha primera aparición, el personaje hace gala tanto de un marcado libertinaje como de una bisexualidad desmedida y es que no hay que olvidar que el polifacético actor, cantante, bailarín y presentador de televisión escocés John Barrowman, quien le da vida, es todo un icono de la cultura gay en el reino unido.
Temporada 1: La alargada sombra de un señor del tiempo
La primera temporada de “Torchwood” como no podía ser de otra forma, sirve para sentar los cimientos de la serie. Crear un punto de partida “creíble” (pues si algo pretende “Torchwood”, es darle un empaque algo más mundano al universo “Doctor Who”) y presentar a unos personajes que terminarán siendo la punta de lanza del show, pues en “Torchwood”, los personajes, priman por encima de las tramas (al menos, en esta primera temporada). En éste sentido, las deficiencias de guión de la temporada, son más que evidentes, pues las historias imposibles donde todo vale que estábamos acostumbrados a disfrutar en “Doctor Who”, aquí no funcionan y en ese intento de dotar a la serie de personalidad propia y de un carácter mucho más adulto y oscuro de lo visto habitualmente en las aventuras del doctor, algunas de las tramas que dan forma a los 13 capítulos que conforman esta primera serie, están cogidas con pinzas y se mueven entre lo banal y lo absurdo dentro de esa búsqueda constante por encontrarse a si misma.
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Desde el inicial “Todo cambia”, donde se nos presenta al equipo y su funcionamiento. El reclutamiento por parte del capitán Harkness de la que sera la otra gran protagonista de la serie, la agente de policía Gwen Cooper (encarnada por Eve Myles), quien pasará a formar parte de “Torchwood”, nos damos cuenta de esa ascendencia de los personajes (aunque sin conseguir dotarles de la dimensionalidad pretendida) sobre las historias que comentaba para un episodio piloto decepcionante y carente de chispa, algo que será habitual a lo largo de los treces capítulos y hecho empírico que define esta primera andadura de la serie.
A falta de buenas ideas, lo fácil es recurrir a “influencias” externas, como es el caso del siguiente episodio: “El Primer Día”, manido y facilón homenaje a “Species”(“Species”, Roger Donaldson”, 1995) o a fórmulas “doctorianas” como en “Cyberwoman”, donde se recupera la figura de uno de los enemigos por antonomasia del doctor: el Ciberman, y curiosamente, son estos “alardes” de imaginación, los que mejor funcionan si los comparamos con los intentos de “adulterizar” las tramas y adentrarse en terrenos excesivamente dramáticos como en “La Máquina de los Fantasmas” o “Zapatos de Desconocidos”.
Tampoco los viajes en el tiempo (algo que siempre ha funcionado bien tanto en el universo Who como en otras franquicias), consiguen sacar al espectador del tedio generalizado pese a intentarlo con saña en “Perdidos en el Tiempo”, donde se tira por tierra todo el potencial del folclore mitológico del capitán Harkness con un relato espeso y carente de interés. De hecho, para disfrutar del primer gran capítulo de la serie, tendremos que esperar hasta su desenlace: “El Fin del Mundo”, 60 minutos de fantasía apocalíptica donde se aparca la vertiente dramática y el thriller policíaco para adentrase de pleno en el reverso más épico y gamberro del show.
Temporada 2: Érase una vez, un inmortal que salió del armario
Tras una primera temporada buscando su propia identidad, “Torchwood”, parece aprender de los errores del pasado y subsana muchas de las deficiencias de la primera serie. Fuerte en sus convicciones, el show, lejos de renegar de los conceptos iniciales, insiste en ellos hasta el extremo y vuelve a sacrificar la acción, en pos de alcanzar la profundidad y el dramatismo deseados. Hay que decir, que en conjunto, si valoramos la segunda temporada como un todo y no sin sus altibajos, lo consigue.
Una vez soltado el pesado lastre de “Doctor Who”y ya con una personalidad propia muy marcada, la mejora de los guiones, mucho más orgánicos y adaptados a la naturaleza adulta de la propuesta, es más que considerable, si bien no es éste un aspecto, en el que vaya a despuntar precisamente la serie en adelante.
De entrada, los estereotipados y muchas veces desdibujados personajes de la season anterior, comienzan a adquirir profundidad y entidad propia. Esto puede verse sobretodo en la figura de Harkness. No cabe duda que éste, adaptar un personaje de sus características, del universo gamberro de “Doctor Who” a un thriller oscuro como “Toorchwood”, era uno de los retos más complicados a la hora de abordar su nuevo rol de personaje protagonista. En esta segunda temporada, encontramos a un Jack mucho más maduro, con un equilibrio perfecto entre sobriedad y sentido del humor y sobretodo, se hace un mayor aprovechamiento de las infinitas posibilidades que ofrecen su misterioso origen. El capítulo inicial: “Kiss, kiss, bang, bang”, profundiza por primera vez de manera acertada en sus orígenes y al tiempo, introduce a un nuevo personaje eventual en la serie que viene a enriquecer el imaginario de Harkness: el capitán John Hart, interpretado por otro mito del mundo televisivo: James Masters (más conocido como “Spike” de la estupenda “Buffy Cazavampiros” de Joss Whedon.
Éste binomio, es el punto de partida de otro del que será otro de los rasgos característicos de la serie en adelante: la homosexualidad. La relación amorosa entre los dos personajes, dará pie a una cantidad obscena de gags sexuales que tendrán continuidad en todos y cada uno de los episodios siguientes, incluso llegaremos a ver al capitán manteniendo relaciones sexuales con sus eventuales parejas masculinas, haciendo gala en ocasiones, de una pretenciosidad transgresora que puede llegar a resultar sonrojante y que desde luego, el show, a estas alturas, ya no necesitaba para llamar la atención del público.
Los personajes secundarios, también ganan en profundidad y todos los episodios sin excepción, están orientados a acercarlos al espectador, aunque esta vez, sin desatender las tramas (al menos, hacerlo en menor medida), que sin llegar a ser complejas, si están algo más elaboradas y sobretodo, resultan mucho más entretenidas.
Capítulos a destacar en esta segunda temporada, varios: “Adam”, con un esquema marcadamente “treki” y posiblemente uno de los mejores trallazos de ciencia ficción de la serie. “Restauración”, donde se da pie a una de las subtramas más interesantes de esta segunda temporada además de significar la primera aparición en la serie de una vieja conocida de “Doctor Who”: Martha Jones, antigua compañera del doctor y que aquí, participa a lo largo de tres episodios. Y especialmente, el trallazo final a modo de doble episodio: “Fragmentos” y “Heridas Abiertas”, que sacan lo mejor del personaje de Jack Harkness en otro grandilocuente y épico final de temporada.
Temporada 3: El terror viene de arriba y con él, la muerte de la inocencia y la madurez del show
Esta tercera andadura de la serie, significa todo un punto de inflexión dentro de la misma y es que “Torchwood: Children Of Earth”, no solo representa un cambio radical en cuanto a formato (presentando una única trama principal dividida en cinco capítulos), sino también una prueba fehaciente de que la tan ansiada individualidad, al fin, ha sido hallada en la que con diferencia, es la mejor de todas las temporadas a todos los niveles y pequeña obra de culto para los amantes del universo Who.
Sin dejar de lado la vertiente fantástica, “Children of Earth” se destapa como un estupendo thriller conspiratorio en el que por primera vez, prima la historia sobre los personajes y que destaca sobretodo, por su extrema crudeza y trasfondo adulto, donde el habitual dramatismo con el que hasta ahora había flirteado la serie, se eleva al máximo exponente, traduciéndose en un relato desgarrador para el espectador, quien debe crecer a la fuerza y a la misma velocidad vertiginosa que los desdichados infantes que funcionan a modo de fuerza motora de la trama.
Perfectamente digeribles del tirón, pese a la densidad argumental y sus escasas concesiones comerciales a nivel narrativo, “Children of Earth” consigue enganchar desde el primer al último minuto de aventura, desvelando sus cartas de manera lenta, pero certera y propiciando un satisfactorio in crescendo en su trama, que sin duda puede trasgredir incluso al público de género pese al hecho, como digo, de que en ningún momento se le da la espalda al mismo, todo lo contrario.
Otra de las grandes virtudes de esta tercera temporada, es que ofrece la posibilidad de ser disfrutada de forma independiente por lo que para ello, no es necesario haber visto las dos anteriores.
Temporada 4: A veces, una retirada a tiempo, es una victoria
Tras el aplastante éxito de crítica y público, cosechado por “Children of Earth”, lo que claramente parecía la despedida definitiva del show, se convirtió en el preámbulo de una cuarta e inesperada nueva temporada. Su título: “Torchwood: Miracle Day”. Y como no podía ser de otra forma, lo hizo siguiendo las mismas exitosas pautas de su predecesora, es decir, centrándose nuevamente en una única linea argumental dividida en episodios (en este caso, 8 fue el número escogido).
“Miracle Day” puede (y de hecho lo hace), pecar de muchas cosas, pero la principal, sería su pretenciosidad, lo cual queda claro abordando tan solo los minutos iniciales del primer capítulo, pues la serie se aleja del típico look inglés tan característico de los shows de la BBC, lo cual, no es ninguna casualidad, pues este cuarta temporada es una co-producción de la propia cadena con Estados Unidos, donde de la misma forma, se traslada la acción de tierras británicas, al país de las barras y estrellas.
Esto no significa solo un mero cambio geográfico, sino también estilístico, pues si bien se mantiene en cierta medida la esencia “Torchwood” así como algunas de las virtudes exhibidas en “Children of the Earth”, el enfoque de esta nueva fábula conspiratoria de intereses políticos y económicos, es ejecutada desde una perspectiva mucho más americana, acercando el producto a lo que suele hacerse por aquellas tierras a nivel de thrillers policíacos y de investigación, derroteros en los que sin ningún lugar a dudas, no puede sentirse cómodo un seguidor de la franquicia, al menos, yo no lo he hecho.
La trama, a la americana, mucho más tópica pese a lo interesante de la premisa, donde se nos cuenta que la humanidad amanece una mañana habiendo perdido su mortalidad, cae en todos los tópicos habidos y por haber de este tipo de productos televisivos yankies, volviéndose superficial pese a que en todo momento intenta venderse a si mismo como algo profundo y sobrado de contenido.
Con el personaje de Jack Harkness más desubicado que un pulpo en un garaje y dejando ya muestras palpables del agotamiento que ya comenzara a insinuar el personaje en “Children of Earth” quien aquí ha quedado para tres o cuatro gags homosexuales gratuitos de mal gusto metidos con calzador y poco más, todo el sustento de “Miracle Day”, queda reservado a dos nuevos invitados al programa, dos nombres de campanillas que no hacen más que corroborar las pretensiones de esta temporada reconvertida en super producción para la televisión: El primero, Mekhi Phifer, a quien recordamos de la apoteósica “Amanecer de los Muertos” (“Dawn of the Dead”, Zack Snyder, 2004) y el segundo, el de todo un clásico de la industria americana: Bill Pullman, para los poquitos que no lo conozcan, aquel señor entre muchas otras, a quien le clavaban el escroto a martillazos en una silla de madera en la mítica “La Serpiente y el Arcoiris” (“The Serpent and the Rainbow”, Wes Craven, 1988).
Ambos le restan todo el protagonismo a un personaje, Harkness, que a estas alturas, perdida esa aureola misteriosa que lo había abrazado hasta el momento y reconvertido a mero figurante para reclamo del público gay (recordemos su influencia y tirón entre dicho colectivo), carece ya de ningún carisma. Y muerto Harkness, muerto “Torchwood”.
Pullman poniendo sus mejores caras de malote y una trama claramente comercial abierta a todos los públicos consumidores masivos de series policíacas americanas y telefilmes catastrofistas de sobremesa, las escasas bazas de esta decepcionante y esperemos que última, temporada de una serie que pese a sus altibajos y a las grandes expectativas generadas en su día y que desde luego, haciendo una visión general de las cuatro temporadas, no se han cumplido, si es cierto que nos deja un puñado de buenos episodios y un trallazo del calibre de “Children of Earth”, así como la posibilidad de habernos hecho testigos de excepción del nacimiento y muerte de un personaje, que desde ya, pasa a formar parte del imaginario inmortal del universo Who como es el de Jack Hakness.