martes, 29 de abril de 2014

Crítica: Wolf Creek 2


El cine de terror de las antípodas. El gran desconocido. 

Después de mis dos grandes pasiones, el terror coreano y el nuevo terror francés la tercera de mis preferencias generales es un cine del que no se habla mucho en conjunto y que merece, según mi modesta opinión, un análisis pormenorizado por su valentía, su capacidad de innovación y su efectismo en cuanto a provocar terror se refiere, el terror de Australia y Nueva Zelanda de los últimos años. 

Es relativamente fácil encontrar abundante información a día de hoy sobre el terror coreano y francés en global, al estar perfectamente definidos y ser muy representativos de sus lugares de procedencia. Sin embargo no lo es tanto encontrarse un listado medianamente completo del terror que se viene haciendo en las antípodas en los últimos años, al ser producciones mucho más pequeñas y no lograr las repercusiones que los otros logran. Pero no por eso nos encontramos ante un cine carente de interés, al contrario, algunas de las mejores cintas de género de la última década provienen de allí, sin ir más lejos, “Triangle”, (Melissa George es la actual “Scream Queen” por excelencia. Su presencia en cintas de terror de varios países es cada vez más perfecta, habitual y sublime), sin duda mi preferida junto a “The loved ones”... 

Igual que sucede con nuestro país, estas producciones no se cuidan como merecen en sus países de origen. Pocas alcanzan las carteleras mundiales y si lo hacen están predestinadas, cosas de las distribuidoras, a durar dos semanas como mucho. 

En el panorama de los festivales, el único reducto que nos queda a frikazos ansiosos de nuevas cosas, el panorama es bien distinto. Estas películas reciben un trato digno como lo que son muchas de ellas, auténticas obras maestras que acaban influyendo irremediablemente en el panorama del cine universal. 

Existe actualmente una hornada de nuevos directores australianos y neozelandeses empeñados en reforzar, mejorar y reavivar de manera asombrosa el castigadísimo género del terror que se produce en sus tierras, partiendo de sus planteamientos y esquemas efectivos sin perder de vista lo que en otros países está sucediendo. Así, autores como Andrew Traucki, David Nerlich, Sean Byrne, Steven Kastrissios, Spierig, McLean, Christopher Smith, y otros, nos están regalando una serie de cintas afortunadísimas, con arriesgados puntos de vista diferenciadores y evolucionadores del clásico slasher o terror de criaturas y utilizando un gore como recurso narrativo de lo más depurado, a veces bestia y perfecto, sin dejar escapar el omnipresente casi found footage.. 

Descubrí, como la mayoría, este cine de la mano del inmenso genio y talento de Peter Jackson y sus arriesgadas, canallas y fabulosas propuestas de “Bad Taste” y “Braindead. Tu madre se ha comido a mi perro”, representantes perfectas del gore que se hacía por aquellos años, sin pretensiones pero con inmenso calado. Quentin Tarantino, por poner un ejemplo-y vaya ejemplo-no puede negar la repercusión que en su carrera tuvieron este tipo de películas. 

Como ha sucedido en otros lugares, de la nada empezaron a surgir directores que estrenaban sus óperas primas y nos dejaban boquiabiertos a propios y extraños por su calidad indudable y su sentido del terror, entre canalla y absolutamente serio, pero siempre-o casi-convincente. 

Películas como “In the Winter Dark” del desconocido James Bogle (1998), sobre una criatura que mata ganado, la fabulosa “El pozo” de Samantha Lang, una ópera prima aterradora, conmovedora y audaz como pocas, “Stygian”, obra del 2000 no estrenada de mi admiradísimo e idolatrado James Wan, la irregular “Cut”, de Kimble Rendal en el mismo año, bastante poco acertada, pero con las notas de terror en conjunto que rigen este artículo, la aterradora pero flojilla “Cubbyhouse” (La cabaña) de Murray Fahey del 2001, los premiadísimos cortos, “Harvey” del 2002 y “Ward 13”, del 2003, tocando la animación experimental, hasta llegar al-agárrense los machos-origen y caldo de cultivo de la que sería una saga imprescindible para cualquier medianamente fan del terror,y de la que les hablaré bien pronto, el corto “Saw”, nuevamente de James Wan, que pronto vería su salto al largo revolucionando nuevamente-parece mentira, pero es un género vivo-el terror. 

Todas estas obras comparten más o menos unos años, los decisivos para que arriesgados directores se hipotecaran y endeudaran hasta el cuallo con tal de estrenar sus valientes películas, son lo que yo considero “el origen”. Pero es cierto que en Nueva Zelanda y Australia llevaba mucho tiempo haciéndose un terror magnífico. No puedo evitar recordar “Los coches que devoraron París”, de Peter Weir del 74 (¡¡¡), una magnífica cinta que supone la presentación del estupendo Weir como creador, con escasos recursos y haciendo por primera vez un cine de terror social. 

Vergüenza me daría olvidar películas como “Largo fin de semana” del 78 también, de Colin Eggleston, que se alzó en 1978 en el Festival de Cine Fantástico de Sitges con el merecido premio al Mejor actor, un asombroso John Hargreaves. O la perfecta por completo “Ghosts... of the Civil Dead “, de John Hillcoat, del 88, y la notable “Celia” de Ann Turner del año siguiente, que mezclaba con valentía los terrores infantiles con un realismo mágico casi propio de García Márquez. Otra película previa a las anteriores fue “Calma Total”, del 89 también, y que gozó de una mayor y mejor distribución por tener en cartel a tres estrellas, en especial mi adorada Nicole Kidman, pese a ser un thriller bastante convencional. 

Pues bien, recalcaré que la primera cinta que supone un terror claramente marca de la casa australiana es “In the winter dark”, con una asombrosa Brenda Blethyn y un arriesgado paso adelante natural en el género.

Pero vamos con la peli que nos pcupa, Wolf Creek 2, analizando por encima la cinta de la que es deudora y segunda parte. 

“Wolf Creek” (2005) Australia Greg McLean 

De vez en cuando uno se topa, por casualidad, con películas que, de seguro, no serán estrenadas ni mucho menos en todos los cines patrios, y bendice nuevamente internet... 

Este es mi caso ante esta "pequeña" obra maestra del género que no gustó a todo el mundo. Una película desconcertante de principio a fin, con giro argumental sorprendente e interpretaciones, por fin, creibles...

Angustiosa, angustiante, cruel, realista hasta el extremo, con un discreto componente gore que cualquier amante del terror comedido, agradecerá, aunque de comedida la película tiene bien poco y comparte mucho con otra de las grandes del terror reciente, "Las colinas tienen ojos", remake de uno de mis clásicos de terror preferidos aún mejorada por mi amado Aja. 

La típica historia que en otras manos, con Buffy o cualquier otra actriceja chillona y “pongomorritos” del momento habría sido una peli cutrona más, se convierte en una estupenda y a mi juicio prácticamente perfecta película que desde luego no deja al espectador indiferente... aunque con mal sabor de boca, desde luego... 

Lo mejor: desde que arranca el verdadero terror, no da el más mínimo respiro... Lo fabulosamente aprovechados que están los escasos medios... Los actores, todos, pero sobre todo el malo más malo de los últimos malos. 

Lo peor: el final, no por mal resuelto, sino porque las ganas de venganza extrema quedan sin saciar, y a uno, de vez en cuando, le mola que las cosas sean como tienen que ser. Afortunadamente ya está pendiente de estreno su continuación que visto lo visto promete cosa fina. 

Aún así, es imposible no plantearse preguntas como: ¿Pero de verdad hay alguien que sigue haciendo viajes en coche por esas carreteras?... ¿Es que la gente no ve pelis de miedo con psicópatas rurales? 

Pero, por fin en la peli encontramos dos chicas en una película de miedo que no son dos payasas por completo. Reivindicable absolutamente como película antimachista, que ya iba siendo hora, porque me vienen a la mente unas cincuenta muestras de lo retardadas que pueden ser las adolescentes americanas en una peli de terror... 

Por fin en una peli de miedo los coches arrancan no con la última de las llaves que se prueba. Y bueno, Australia es grande, la región será enorme, pero ( por ponerle un pero), ¿cómo que se desiste en la investigación por lo grande que es la zona y la inexactitud del pueblo? 

WOLF CREEK 2 vuelve a estar dirigida por Greg McLean, que firma el guión con Aaron Sterns y cambiando de encargado de fotografía por el inmenso Jules O'Loughlin nos cuenta una historia divertida más que terrorífica, muy alejada de lo que fue Woolf Creek en realidad. Un par de mochileros buenorrisisísimos alemanes recorren Australia en plan aventura en pareja topándose con el que ya es uno de los malos más perversos y retorcidos del cine, Mick Taylor, el zumbado malvado de la primera entrega, que les persigue por el inmenso terreno salvaje que tuve la suerte tremenda de recorrer (en un plan mucho menos mochilero) durante seis meses. 

La película no sigue un hilo temporal ni pretende ser una continuación canónica de la anterior, es decir se puede ver sin tener ni idea de qué es o fue la primera, pues el hilo argumental y los protas-menos el malo, son totalmente independientes y sólo comparten a éste, al amor por el gore y los espectaculares paisajes australianos-la carrera atropeyando canguros es una maravilla. 

Realmente esta segunda entrega quizás peca de tener un hilo argumental mucho menos detallado y rebuscado. Es una explosión pura de tetas, penes, gore y locura bastante divertida, lo que es la intención clara de sus creadores, aparte de un homenaje más que merecido a ese cabestro chovinista retorcido y malo como la quina que es el enorme Mick Taylor, interpretado nuevamente de forma brillante por John Jarratt, el máximo aliciente de la cinta. 

El inicio de la peli, trepidante como pocos nos pone en antecedentes clarificando quién va a ser el malote y los buenones-víctimas del primero, en un comienzo absolutamente perfecto. 

La película cuenta con los alicientes suficientes para gustar a propios y ajenos y se abre claramente a un cine más “comercial”, con momentazos como la prueba de conocimientos pre-tortura, la llegada a la única casa del desienrto habitada o la ya comentada escena de los canguros, maravillosa. 

Lo mejor: El prota no pierde ni un ápice de maldad.

Lo peor: La sorpresa de la primera era lo que dotaba a la cinta de un plus de interés, al esperar una cinta de extraterrestres y encontrar un torture porn como la copa de un pino. Trata de ser compensado con la introducción de un sentido del humor con el que no todos estaremos de acuerdo pero que indudablemente la hará más cercana al gran público. 

Recomendable para todos los que nos quedamos con ganas y sobre todo olvidándonos por hora y media de qué cinta es la original. 

En el reparto, bastante convincente, junto a Jarratt, los guapérrimos mochileros, el pobre conductor nocturno y los abueletes desprevenidos: Phillipe Klaus, Shannon Ashlyn, Ryan Corr, Chloé Boreham, Kate Englefield, Shane Connor, Marsha Vassilevskaia y Sarah Roberts. 

El detalle: Dentro de la Música de Johnny Klimek, a un friki como yo, le ha puesto, pero MOGOLLÓN, que el malo silbe la sintonía de una serie de TV que veía siendo un canijo de unos cinco años, la de El profesor Popsnagle: http://www.youtube.com/watch?v=j8MxpXjbXNE


domingo, 27 de abril de 2014

Crítica: Savaged

Como casi todo en la vida, los subgéneros de terror se rigen por reglas. Para todo hay reglas, el slasher tiene sus reglas, el survival tiene las suyas, el torture-porn también sigue unos patrones, el rape & revenge está fuertemente marcado por unas pautas y la excepción la encontramos en el género zombie, que quizá sea el mas abierto a la libertad creativa, aunque esto último escasee en el mundo del terror. Estas reglas no escritas que todos los directores siguen, atienden a un pacto de respeto implícito por una determinada película que fue la que abrió camino al resto del subgénero, es como el homenaje personal que todo director, influenciado por dicha obra, tenga que hacer. 

El Rape & Revenge, subgénero que nos ocupa, rinde pleitesía a " La última casa a la izquierda" de Wes Craven. Las reglas, sencillas y obvias: la víctima tiene que ser una chica joven y frágil, que se encuentre sola y desprovista de ayuda en el momento de su captura. Tiene que haber,al menos tres malos (también conocidos como hijos de puta), a ser posible paletos de profundas y arraigadas convicciones en las que las mujeres son objetos para uso y disfrute de cualquier macho que las desee. Tiene que haber también una brutal violación grupal y posterior paliza a la víctima, que siempre se da por muerta (en ocasiones dicha muerte es un hecho), y luego una venganza, o bien por parte de la víctima que se recupera de semejante shock a base de rabia y odio, o de personas allegadas a la víctima , por lo general familiares. 

Esto ha sido así desde los años setenta, y ningún director que haya optado por este subgénero, se ha atrevido a hacer ninguna variación al respecto, pese a que el cansancio en la repetición de esquemas pide a gritos que alguien se arriesgue en la inclusión de algún elemento nuevo, o sorpresa, que estimule nuestro cerebro ante un visionado diferente dentro del rape & revenge. Aunque yo muera por ver a un hombre en el papel de víctima para que el enfoque, aparte de diferente, sea mucho más creíble en la parte de la venganza, donde generalmente la fuerza física supone el cien por cien de las muertes de los violadores, nadie se había alejado nunca de la senda del rape & revenge tradicional, hasta que llegó el señor Michael S. Ojeda y decidió que la parte de la venganza no iba a ser de este mundo, sino que lo dejaría todo en manos de las fuerzas sobrenaturales. Amigos, amigas, aquí nace el rape & revenge sobrenatural. 

"Savaged" es una película independiente que intenta moverse por varios terrenos sin terminar de destacar en ninguno de ellos. Se agradecen mucho las ganas de salirse de lo común, las ganas de innovar, pero arriesgarse una vez ya debería haber sido suficiente para Mr. Ojeda. Arriesgarse dos veces, es lo que le hace patinar. Me explico, la novedad ya la tenemos en ese elemento sobrenatural al que te acostumbras pronto, pese a que estas propuestas basan su éxito en la visceralidad de las reacciones, donde el espectador es capaz de asumir como propias la acciones al ponerse en la piel de la víctima. Cuando la víctima vuelve a la vida, convertida en espíritu ejecutor, el "revenge" debería tambalearse, pero no lo hace. Hasta ahí "Savaged" cumple la promesa de algo nuevo. El problema viene cuando todo lo que se ve en pantalla se exagera al máximo y se convierte en puro cliché. Es ahí donde tenemos el escollo difícil de salvar. 

En "Savaged", la víctima es la dulzura y fragilidad personificada, de tal manera que incluso se le priva de dos sentidos para enfatizar, más si cabe, su desprotección. Es por ello que Zoey es sordo-muda. Sus antagonistas, los malos, son malísimos (no sólo actuando...), ya que aparte de asesinos, violadores y racistas, tiene algo que eleva al cubo la antipatía que sientes por ellos, y es que son unos listillos (especial atención en West, prototipo de villano por antonomasia). Ellos lo tienen todo: los andares, la cadencia en el tono de voz a la hora de hablar, el acento, las miradas, los gestos, las frases, las conclusiones, las reacciones...todo, todo en ellos es malvado y terrorífico, y dentro de ese terror, también hay clases: el líder (Trey), el más duro y letal de todos (West), el retrasado ( Cody), el veterano (Jed), el cobarde (Creed) y el novato (Skeeter). Y en medio de todas esta desproporción de personajes y situaciones, siempre el dedo apunta a una película, que casualmente no es "La Última casa a la izquierda", como debería, sino "El Cuervo", porque "Savaged" es "El Cuervo" del terror. 

"Savaged" nos cuenta la historia de una joven, Zoey, que decide atravesar el Gran Cañón del Colorado, para encontrarse con su prometido, Dane. En medio de este viaje, presencia el asesinato de un indio por un grupo de hombres que la secuestran, la violan y acaban con ella. Zoey regresará a la vida, para tomar su venganza particular, aunque en realidad son las tradiciones cherokees las que mueven los hilos de la marioneta. El trasfondo romántico, como en "El Cuervo", está presente a lo largo de toda la trama, y al final, ésto se hace raro ya que "Savaged" es bastante gore y violenta y cada poco el ritmo se rompe con el momento de tristeza de los enamorados y es una pena, porque los efectos están realmente logrados y si se hubiera optado por la moderación y la definición más clara de lo que quiere significar "Savaged", estaríamos ante un producto más que decente. A mi modo de ver, de la manera en la que se ha planteado la historia, como un todo en uno, no pasa de ser una producto más de videoclub para echar la tarde. 

A su favor debo decir que está rodada con el mimo de la cámara sucia y polvorienta que nos lleva fácilmente a Acme, esa zona tan árida de Nuevo México, y que tiene escenas realmente incómodas. En su contra, diré que no cumple con las expectativas creadas, y que pierde mucho fuelle empeñándose en vivir del abuso de todas las situaciones y personajes. 

Si Toro Sentado levantase cabeza...


jueves, 24 de abril de 2014

Crítica: El Heredero del Diablo

Si hay un clásico de terror, junto a La Profecía que amo con todas mis fuerzas es La semilla del diablo de Polanski. No, no me he vuelto loco empezando así mi crítica, pero quiero dejar unas cuantas bases bien sentadas. También tengo que reconocer que mi opinión acerca de la tendencia del found footage en este nuevo siglo ha cambiado radicalmente de un odio irracional hacia un amor casi incondicional. Aclarado lo anterior, vamos al tema. 

The devil´s due es un homenaje en toda regla al clásico de Roman Polanski. Y digo homenaje y no copia, remake o absurda resucitación con total conocimiento de causa. Es pues, un sentido homenaje desde la admiración y la devoción cinéfila pero presentado en un estilo mucho más cercano a la franquicia de Paranormal Activity, escrita por Lindsay Devlin que se estrenó como guionista en el 2013 con el documental In so many words, y dirigida por la pareja Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett, que forman parte de un grupo de cineastas colectivo llamado 'Radio Silence' y que anteriormente co-dirigieron, co-escribieron y co-protagonizaron un segmento de la estupenda antología de terror 'V / H / S' en 2012 en la que el dúo de realizadores hizo un trabajo excepcional en su debut cinematográfico. 

La historia gira alrededor de una pareja guapa, simpática y sobre todo NORMAL-que no abundan lo que se dice mucho en algunas de las recientes pelis de género-de recién casados, Samantha y Zach (interpretados por Allison Miller y Zach Gilford), que tras su boda se piran de luna de miel a la República Dominicana. Allí, tras una noche de fiesta de fín de vacaciones acaban recogidos por un taxista persistente ( Roger Payano) que les lleva a una fiesta fuera de la ciudad donde drogados y borrachos un grupo de personas realizan un extraño ritual con Samantha que apenas graba la cámara. Cuando vuelven a casa, Samantha que no ha dejado de tomar sus pastillas anticonceptivas descubre que está embarazada. El padre, miembro de ese grupo que ya avanzaron los japoneses y sus cámaras consistente en grabarlo absolutamente todo, decide seguir grabando para el día de mañana enseñar a su hijo sus vidas antes de su llegada.

La película tras su estreno consiguió una gran mayoría de malas, casi destructivas críticas, casi en un efecto dominó, básicamente por su formato de found footage, si bien es de destacar que tanto el gurú del terror de los últimos tiempos, Eli Roth, webs como Bloody Disgusting y fundamentalmente Polanski, dieron el visto bueno a la cinta. 

Que Roman Polanski es uno de los grandes no deja lugar a dudas. Que su vida no es lo que podemos llamar “sencilla” o “regalada”, tampoco. Ya su infancia fue un infierno evitando caer en Auschwitz, donde su madre fue exterminada y su padre pasó unos años puñeteros. Lógicamente eso marca a cualquiera. Pero si cuando el éxito de tu vida viene acompañado del asesinato de tu mujer embarazadísima por un psicópata zumbado como Charles Manson es como para no sobrevivir. El tipo, valiente desde luego, no sólo tonteó con el tema demoniaco en La semilla del diablo, desafortunado título español que revela toda la gracia de la película, sino que años después adaptó El club Dumas del petardo Reverte en su simpática y entretenidísima La novena puerta.

Ahora, la maldad, en lugar de esconderse entre los vecinos de aquel maravilloso bloque de apartamentos( ¿recuerdan el 7-E en el simbólico edificio Dakota, en Central Park, que más tarde se haría célebre por ser donde asesinaron a John Lennon?) tiene su sede central en República Dominicana y otros países, como Francia y se dedican a buscar mujeres para poder preñarlas del diablo trayendo a la Tierra muchos “anticristos”, siendo Sam el útero portador del “primero de muchos”. 

Polanski antes de Rosemary´s baby había rodado una cinta que no tuvo buena acogida y con los años se ha convertido en una peli de culto total, El baile de los vampiros del 67, en la que conoció a la que posteriormente fue su esposa, la preciosa Sharon Tate. Por aquel entonces, el escritor Ira Levin, autor de algunas de las novelas que han marcado mi vida profesional, como Las viudas de Stepford, Los niños del Brasil o Bésame antes de morir, había presentado ya su libreto de Rosemary’s baby, que contaba la historia de un matrimonio neoyorquino que se muda a un edificio y conoce a unos vecinos peculiares que ponen sus vidas patas arriba, quizás influenciado por la fundación en 1966 de la Iglesia de Satán con Antón Le Vey como cabeza destacada. 

Polanski estaba empeñado en que la protagonista fuera Jane Fonda o Tuesday Weld, pero Evans se empeñó en que nadie mejor que Mía Farrow lo haría, con su fragilidad, sus expresivos ojos extraños y su delicada figura rozando lo enfermizo era la opción perfecta y Polanski enseguida lo tuvo claro. Como anécdota cabe destacar que aunque el corte de pelo que luce en la película siempre se ha achacado a una decisión de Vidal Sasoon para la cinta, ya lo tenía corto por exigencias de su personaje en el culebrón Peyton Place. Para su marido, John Cassavetes era inmejorable. La actriz Ruth Gordon, que acabó ganando premios a raudales por el papel, se incorporó como la vecinita anciana satánica. 

La magia de esa película es que está construida a pequeños pasos. Comienza como una comedia cualquiera de la época pero, poco a poco, se van añadiendo momentos, detalles, que el espectador va interpretando hipnotizado. Polanski juega hasta el final con la ambigüedad, mucho más que Levin en su novela, haciendo que el público dude de si el personaje de la Farrow está en sus cabales y realmente el componente satánico existe o está chiflada, como sus ojeras y mal aspecto en pleno embarazo sugiere. Era una especie de “cine de terror sin terror” que nunca antes se había tratado así. En eso, El heredero del diablo comparte raíces y comienza como una historia de amor que se va desentrañando poco a poco hasta que el horror se sucede.

El éxito del estreno de aquella, sin embargo, fue rotundo. Toda la prensa especializada, unánime, alababa la manera de provocar terror psicológico mostrando sólo escenas bastante normalitas y poco exageradas, incluso Truman Capote se declararía fan incondicional de la historia. En el caso de “El heredero del diablo”, la cosa es mucho más complicada. 

Los actores están bastante bien, el guión no tiene alarmantes fallos, la fotografía de Justin Martínez permite una espléndida grabación en primera persona rozando lo documental casero, y los directores se manejan como pez en el agua. Pero las comparaciones son odiosas, y eso es algo que sus creadores debían tener muy, muy claro a la hora de acometer semejante proyecto. 

Lo mejor: Su clarísimo homenaje hace que amemos aún más la obra mayor de Polanski. Entretenida en todo su metraje y con aspectos técnicos estupendos e interpretaciones acordes, logra asustar e inquietar. 

Lo peor: No es, ni de lejos, la cinta que homenajea, pero lo hace tan dignamente que, en serio, y no es por llevar la contra a la ingente cantidad de “haters” de la cinta, merece la pena.


miércoles, 23 de abril de 2014

Crítica: The Borderlands

El 30 de Abril de 1996, en la denominada noche de Walpurgis, Anton LaVey (el papa negro) fundó la “Iglesia Satánica” (conocida posteriormente como la “Iglesia de Satán”). Basándose en muchas de las reflexiones de Friedrich Nietzsche y desvinculando la figura de Satán de cualquier tipo de folclore cristiano, LaVey utilizó esta nueva organización, promotora de una nueva linea de pensamiento basado en la individualidad, la justicia y el honor, para atacar y criticar con fuerza al cristianismo, según él (e idea que comparto plenamente), una plaga de represión y control de las masas, al beneficio de la que posiblemente sea a nivel histórico, una de las mayores lacras a las que se haya enfrentado la humanidad: la iglesia católica.

Esta soga obstructora del libre pensamiento y yugo carcelario de todos aquellos de bajo nivel cultural o menos favorecidos intelectualmente que es la religión y por extensión, su mano ejecutora, la iglesia, ha sido un elemento muy prolífero dentro del cine en general y del fantástico en particular. La casa del señor, ha sido escenario o hilo conductor de cientos de títulos, pero los que ahora nos interesan son aquellos que nos han enseñado la morada de su defenestrado hijo: Lucifer. Y es que el príncipe de las tinieblas, como ya lo relatase John Carpenter en su título homónimo, también gusta de visitar tan sacros lugares de vez en cuando y si se construyen en su honor, como en aquella(s) controvertida(s) precuela(s) de “El Exorcista”, que fueran “El Exorcista: El Origen” (“ Exorcist: The Beginning”, Renny Harlin, 2004) y su gemela bastarda de Paul Schrader (ambas por cierto, muy válidas, pese a las malas críticas), pues mejor. 

“The Borderlands” nos adentra una vez más en senderos recurrentes, los de la iglesia por un lado. Los del falso documental, por el otro. Y a los mandos de esta santa inquisición de saldo, un recién llegado detrás de las cámaras: Elliot Goldner, quien con éste, su debut cinematográfico, demuestra nuevamente que la manera más rápida de llegar a un punto, es siempre la linea recta y apuesta sobre seguro tirando de un fondo tan popular y populoso dentro del cine de terror como es la religión y de unas formas tan sumamente conductoras y de actualidad como son las del mockumentary. 

Es en la combinación de estos dos elementos, donde encontramos la fórmula maestra de “The Borderlands”, título que hace buena aquella máxima que dice que si algo funciona, mejor no cambiarlo. Y digo yo, que seguirá funcionando cuando (a grosso modo) una de cada cuatro películas de terror que se ruedan en la actualidad, es un puñetero falso documental. Señal, de que el aficionado, por algún extraño motivo que escapa a mi entendimiento, se sigue sintiendo atraído por este formato, pese a sus evidentes signos de agotamiento. 

Analizar por tanto, un producto como “The Borderlands” de forma aislada, carece de interés, pues padece de la misma sintomatía general de cualquiera de los mockumentarys que la han precedido éste y pasados años, y es que de donde no hay, no se puede sacar, al menos, si se pretende sacar lo mismo y no tengo ninguna duda de que es el caso. Más interesante puede ser la reflexión, si llevamos a estudio la cinta como parte de un eslabón. Es ahí donde podemos encontrar en la propia película de Goldner, la clara tendencia que ha seguido y caracterizado a los falsos documentales desde sus primeras concepciones contemporáneas allá por “El Projecto de la Bruja de Blair” (“The Blair Witch Project”, Daniel Myrik & Eduardo Sánchez, 1999), que no es otra que la de acercar el género, a lo cotidiano o lo que es lo mismo, alejarlo de la ficción en busca de una supuesta credibilidad. 

Dicho fenómeno, pudo conseguirse quizás (gustasen más o gustasen menos) en aquellos primerizos títulos, como la citada cinta de Sánchez (quien sin duda mostraría más talento en trabajos posteriores) o la exitosa y pionera en lo que a la ley del mínimo esfuerzo se refiere, “Actividad Paranormal” (“Paranormal Activity”, Oren Peli, 2007), donde la cercanía del relato, el flirteo constante con lo mundano y en definitiva, el intento de convencer al espectador de que aquello que estaba viendo, le podía suceder a él, fueron factores claves para entender el éxito obtenido por tales obras y elementos que pasarían a ser punta de lanza del falso documental de ahí en adelante. 

Pasado ese estado embrionario de un subgénero ya maduro y víctima de sus propios tópicos, con el efecto “realidad” desvaneciéndose como alma en pena que abandona el limbo para ocupar su lugar en el universo, el impacto del falso documental desaparece como tal y el inexorable padre tiempo lo redefine a simple recurso narrativo. Una vez ocurre esto, ese intento originario de renegar no sin cierta hipocresía de la ficción más tradicional, pierde toda la razón de ser, pues encorsetados dentro de sus rígidas directrices, los tópicos marca de la casa caducan y se auto-digieren en sus propios jugos gástricos. 

¿Cuando ha funcionado el falso documental en los últimos tiempos? Cuando se ha utilizado simplemente como herramienta narrativa y no como intento vano de extrapolar la ficción a la realidad. Títulos tan bombásticos e “irreales” como nuestra estimada saga de “[REC]”, las antologías de “V/H/S”, “Grave Encounters” o “Evidence” de Howie Askins, han demostrado que el formato del mockumentary no tiene porque estar reñido con el terror más purista y que no hace falta intentar venderle la moto a nadie para pasar un buen rato pasando miedo. 

Lo que nos propone la película de Goldner es un viaje documentado a los recovecos más oscuros de la casa del señor (no a los frecuentados por el hombre, que esos ya los conocemos todos, sino a los de naturaleza mística). Una invitación al burdel de las mentiras y falsos ídolos, a inhalar ese olor a rancio de medievo que solo una patraña blasfema contra el sentido común como una iglesia, puede desprender. Un nuevo juego de ambigüedades en el que se nos pedirá apostar por uno de los dos caballos participantes en la carrera: Escepticismo y fe.

“The Borderlands” lo intenta, vendernos la moto digo, y lo hace a base de tópicos y de las miserias del mockumentary más arcaico. Quien a día de hoy se siga mordiendo las uñas con este tipo de experiencias de feria ambulante, con toda esa palabrería vacía de predicador regional, supongo que podrá encontrarle las mismas virtudes que a otras muchas cintas similares, pero aquellos que hayan dejado ya atrás, la pubertad de la falsa realidad, las corredizas, los movimientos bruscos de cámara, los empachos de cotidianidad, las visiones nocturnas y las linternas en la oscuridad, lo único que van a encontrar en “The Borderlands”, es el más absoluto de los tedios en un título que lejos de aportar nada nuevo, ofrece el mismo show de pacotilla de siempre, ese en el que no ocurre nada durante 80 minutos para que ocurra todo en los 5 finales, ese tan contradictorio, en el que la función termina cuando comienza la ficción. 

Poco se puede destacar de una película que partiendo de una idea no original, pero si llena de potencial, va perdiendo fuelle a medida que avanzan los minutos a causa de su falta de personalidad, exasperante ritmo y pésimas interpretaciones. Un descenso en caída libre, ni siquiera vertiginoso, hacia el pasado de un subgénero caduco como concepción y al que no le queda otra que mirar hacia adelante si se quiere que el aficionado de toda la vida, vuelva a engancharse a él. Desde luego, no es el caso de “The Borderlands”. 

Lo mejor: El siempre cálido aliento del diablo en el cogote y haciendo una comparativa con el resto del film, sus últimos cinco minutos. 

Lo peor: Que el resto del film dura 80 minutos y se hacen muy, pero que muy largos.


lunes, 21 de abril de 2014

Crítica: Oculus

Si hay una certeza en el género del terror es que las modas vienen y van. Algunos subgéneros se harán famosos durante unos años para desaparecer igual de rápido, esperando su momento de reinventarse o de relevancia cultural. Nuestro pasado reciente de terror ha sido dominado por dos fuerzas: el torture porn, dónde se traducen nuestras ansiedades sobre las atrocidades del alma humana; desde cintas con una única víctima foco de una obsesión a películas donde la gente se pasa el metraje corriendo mientras sus miembros vuelan por cámara. Y el otro, igualmente poderoso es el found footage. Otra vez, traduciendo nuestras nauseas culturales en lo que a tecnología se refiere y convirtiéndola (la tecnología) en una fuerza sobrenatural. Gracias al súper blockbuster The Conjuring parece que se aparcarán un poco para dar paso a las viejas clásicas casas encantadas, tal y como hemos visto en nuestro blog recientemente. Oculus es otro ejemplo perfecto de este nuevo estilo resurgente. 

Oculus abre con un joven trastornado Tim Russell (Brenton Thwaites, guapo aunque extremadamente sosete) que está a punto de ser puesto en libertad de una institución mental. La película juega ladinamente con los detalles, pero algo horrible y muy violento ocurrió en su pasado. La hermana de Tim, Kaylie (Karen Gillan de Dr. Who), quién también sufre de insomnio; es una subastadora de cola de caballo de una melena pelirroja como la sangre. Se encuentran tan pronto como Tim es libre. Y más te voy a decir: ella tiene buenas nuevas. Parece que ha encontrado algo muy importante para los hermanos. Es un espejo ornamentado que acaba de ser vendido. Y tiene conexión con el pasado. Quizá estas nuevas no eran tan buenas. 

Kaylie usa sus conexiones con la casa de subastas para tomar prestado el espejo. Tiene que llevarlo a la casa donde creció, que está a su cargo desde que sus padres murieron (entrada de música de mal agüero). Su intención es explicarle a Tim qué es realmente el espejo y luego destruirlo (tiene una pérgola en la pared que está programada para caer y romper el espejo, a menos que ella va reseteando el temporizador). Kaylie empieza explicando la historia maldita del espejo – como casi todos sus dueños han sufrido un final terrible. Tim, inquieto con la determinación de su hermana y con una puesta en libertad de hace sólo unas horas; intenta disuadirla de esta psicología pop de especulación sobrenatural. Algunas de estas escenas son las mejores de la cinta, donde se puede ver lo jodido que está el cristal maldito revelando su historia. 

El aspecto más ingenioso de Oculus es como, una vez los hermanos entran la casa de la infancia, se va entrelazando escenas de los chicos ya crecidos en la casa y trocitos de ellos mismos en su infancia semanas antes de que la tragedia sucediera acabando con sus padres. Yo creo que esto añade intriga y ritmo a la cinta, ya que las dos líneas de tiempo juegan la una con la otra en un tempo muy acertado. Los adultos Kaylie y Tim pueden bajar las escaleras y cuando llegan al rellano, la cámara gira para mostrarnos sus versiones jóvenes (interpretados por Garrett Ryan y Annalise Basso). En los flashbacks también podemos ver a los padres, también llevados a escena por dos actorazos: Rory Cochrane y Katee Sackhoff (por favor, Battlestar Galactica). En ocasiones estas escenas de vida doméstica no funcionan demasiado bien, pero eso quizá es sólo mi punto de vista. Es sólo que si estas escenas se reconstruyen a partir de lo que los hijos se supone que vieron, entonces hay cosas que no tienen sentido. Si no es más que una impresión emotiva que pone el director para rellenar la historia, entonces bien. 

Así como el ambiente siniestro se intensifica, también la fuerza sobrenatural que habita en el espejo crece. Lo mejor es ver a Tim darse cuenta de toda la mierda que le han hecho tragar en la institución mental. Hay cosas que ninguna discusión terapéutica pueden aliviar. Cosas como espejos malditos. Y mientras la peli introduce algunas gotas de la sabiduría popular del espejo, como que las fuerzas malignas del espejo matan a las plantas, también a perros; la historia oculta qué es lo que habita el espejo o qué es el espejo realmente. ¿Es un demonio? ¿Un fantasma? ¿Alguna especie de sacrilegio? Por internet ha visto que hay gente qué pregunta si es un boogin (¿qué coño es un boogin?). No importa realmente. En seguida ves de lo que es capaz: el tipo de tragedia que va a fluir a través de las generaciones. 

Hacia el tercer acto, tras cosas espeluznantes (hay una escena con una manzana que a mí me impresionó), una especie de terror empieza a instalarse: no hay manera de que esta historia acabe bien. Gillan, a la que veremos recientemente como robot malvado alienígena en Guardians of the Galaxy de Marvel, interpreta a una joven muchacha que es muy dura y está entregada a la causa. Pero gran parte de la cinta es sobre dejar ir – el pasado, las nociones de venganza y la satisfacción que supuestamente viene con esto de la mano – y es algo que ella no quiere aceptar. 

El director, Mike Flanagan, también ha ayudado a editar la cinta, y la película es ridículamente tensa. Incluso con las dos líneas de tiempo, dos grupos de actores interpretando el mismo personaje, los elementos fantásticos se entremezclan con lo que realmente está pasando, y un espíritu maligno de ojos brillantes que no sobra para nada. A mí me ha dado tanto miedo como The Conjuring, y de alguna manera; me ha parecido algo más profunda. Tiene estilo pero no quiere demostrarlo, se preocupa más por el trasfondo temático y no sólo por la superficie. En Oculus, los personajes principales son adultos terriblemente trastornados que intentan desesperadamente proseguir con sus vidas. Prácticamente todo el mundo está poseído o torturado por algo que pasó en su pasado. Lo que Oculus sugiere es que continúes con tu vida… o acabarás pagando el precio de no hacerlo.


domingo, 20 de abril de 2014

Crítica: La Semilla del Diablo

Entre los momentos más importantes en la vida de una mujer, si es que no es el más importante, encontraríamos el embarazo y posterior parto del niño que lleva en sus entrañas. Esa nueva vida que nos hace perdurar en el tiempo. Ese acontecimiento natural y cotidiano a la par que milagroso que nos sitúa entre lo mundano y lo excepcional, y nos convierte en afortunados fenómenos del universo. 

Este hecho singular ha sido utilizado por las diferentes manifestaciones artísticas (pintura, escultura, teatro, literatura, fotografía, cine, etc.) para ensalzarlo y mitificarlo o bien para darle la vuelta, observar su lado oscuro, y convertirlo en algo atroz, tenebroso e incluso maligno. La literatura fantástica y el cine han dado con mejor o peor fortuna una importante producción de títulos que jugaban con los miedos más profundos de las madres (y los padres) a que sus embarazos o bebes fueran problemáticos o estuvieran rodeados de terroríficas y traumáticas circunstancias. Como muestra representativa podríamos mencionar: It’s Alive, La Tutora, Baby Blood, A L’Interieur, Grace o Proxy

La película que nos ocupa, Rosemary’s Baby, aquí traducida (de forma espantosa) como La Semilla del Diablo, es una producción de finales de los sesenta que adaptaba la novela homónima del varias veces trasladado a la pantalla grande Ira Levin (en ocasiones de forma estupenda como en Los Niños del Brasil o La Trampa de la Muerte). 

Como la mayoría sabrá (es difícil que a estas alturas exista alguien que no haya visto u oído hablar de esta mítica película), se nos cuenta la historia de una joven pareja (los Woodhouse) que se muda a un edificio de apartamentos de Manhattan, donde él, Guy (interpretado por John Cassavettes) estará más cerca del ambiente teatral e interpretativo de la ciudad donde poder conseguir buenos papeles que enderecen su maltrecha carrera de actor. Al poco de instalarse, conocerán a sus ancianos y excéntricos vecinos, Minnie y Roman Castevet, que se volcarán en el cuidado de Rosemary (una jovencísima Mia Farrow) cuando esta se quede embarazada, colmándola de atenciones y asistencia. Poco a poco, ciertos extraños y violentos acontecimientos y las sospechas y comentarios de algunos amigos de la pareja, irán sembrando en la mente de Rosemary las dudas acerca de las intenciones de sus extravagantes vecinos e incluso de la naturaleza de su propio bebe, adentrándola en una espiral de enajenación que le hará difícil discernir la realidad de las fantasías diabólicas de conspiración y maldad que la invaden. El encargado de trasladar a imágenes esta historia fue Roman Polanski, una decisión muy acertada por parte de la productora, ya que la trama se ajustaba perfectamente a la visión esquizoide y barroca de la naturaleza humana y funcionamiento del mundo que presenta el cineasta polaco. 

Sin apenas modificar una coma de la novela (la cual recuerda mucho en su estructura a un guión cinematográfico), Polanski realizó una película repleta de tensión, angustia y miedo a lo cotidiano que marcó toda una época e influyó en posteriores producciones. No obstante, Rosemary’s Baby está mucho más cerca de las geniales cintas de suspense del maestro Hitchcock que de las cintas de terror posteriores a las que influyó como La Profecía o La Centinela o de otros títulos míticos como El Exorcista

Con una dirección precisa y meticulosa que insinúa en vez de mostrar y que saca el máximo partido posible a la casi única localización del film, un antiguo y enigmático edificio de apartamentos en Manhattan, La Casa Bradford (en realidad el edificio Dakota del westside neoyorkino), como ya hiciera años atrás en la turbadora Repulsión, una fotografía luminosa a la par que espectral que convierte la realidad en pesadilla y los surrealistas sueños de Rosemary en vivencias muy reales, una partitura (en concreto una nana) compuesta por Krysztof T. Komeda que provoca malrollo cada vez que suena y unos actores principales sensacionales, Polanski va desarrollando inexorablemente esta inquietante historia que nos va provocando desasosiego hasta alcanzar con los esplendidos 25 minutos finales un clímax malsano antológico que culmina con un final de órdago. 

Si bien es cierto que en cada plano y secuencia se nota la mano certera de Polanski y consigue dotar a toda la cinta de ese toque tan nocivo y amenazador de la “nada” que tanto le gusta, no se habrían alcanzado las cotas de grandeza que se consiguen sin un reparto acertadísimo (por casualidad, ya que los actores previstos originalmente eran otros) y fabuloso en su cometido. Ruth Gordon (que ganó el Oscar a la mejor interpretación femenina de reparto) y Sidney Blackmer, que interpretan a los Castevet, transmiten excentricidad, hipocresía y maldad con sus simples miradas y gestos, y un magnífico e inexplicable John Cassavettes y una frágil y angustiada Mia Farrow (posiblemente la mejor interpretación de su carrera) transmiten la ambivalencia y la desesperación de sus personajes de forma magistral, consiguiendo que en todo momento sufras y dudes con todo lo que sucede. (Imprescindible para aquellos que aún no la han visto y para los que quieran volver a disfrutarla o padecerla, según se mire, que lo hagan en versión original). 

En definitiva, estamos ante una obra magna del suspense y el mal rollo donde tienen cabida las paranoias conspirativas, los aquelarres, los asesinatos, el advenimiento del maligno y los intentos desesperados de una madre por proteger a su bebe a cualquier precio, con una naturalidad y simpleza, asombrosas. 

Notas: 

Ocho años después del estreno de la película, se realizó para la televisión por cable una mala e innecesaria continuación que contaba con la presencia de Ruth Gordon (que repetía papel). 

Treinta años después de publicar la novela original, en 1997, Ira Levin publicó su continuación, Son of Rosemary, que a pesar de contar con algunas buenas críticas, todos destacaban lo pésimo y precipitado del desenlace. 

En breve, la NBC, estrenará una miniserie de cuatro horas que adapta nuevamente la novela: Rosemary’s Baby. Estará interpretada en los papeles principales por Zoe Saldana, Patrick J. Adams, Carole Bouquet y Jason Isaacs, y como directora de orquesta se ha elegido a la cineasta (también de origen polaco) Agnieszka Holland. Si bien es cierto que en los últimos años la televisión por cable está facturando muchas y muy buenas series, me temo que esta está abocada al averno. Ya se verá (ojalá me equivoque y consigan resultados similares a los que consiguió en 1968 en magistral Polanski).