sábado, 8 de octubre de 2011

Crítica: Scabbard Samurai

Kanjuro Nomi es un samurai sin espada, solo conserva su funda. Tras abandonar por completo los deberes como maestro de la espada y embarcarse en un viaje con su hija, Tae, a ninguna parte, ahora está en busca y captura como desertor. En su huida se topa con tres curiosos caza recompensas (el asesino quiropráctico es el más divertido) pero Nomi es un desastre, huye de sus enemigos y no responde como padre.

Cuando llega a un pueblo es apresado y condenado a cometer harakiri. Su única opción de salvar la vida es hacerle recuperar la sonrisa al príncipe, triste desde la muerte de su madre a causa de una epidemia. Para ello dispondrá de 30 días, 30 intentos con más o menos suerte que van desde esnifar un grueso fideo o bailar la danza del vientre con una cara dibujada en su estómago, hasta lanzarse en un cañón como hombre bala, mantenerse encima de un toro mecánico de madera o atravesar puertas de cartón que bien recuerdan a las pruebas del mítico programa “Humor Amarillo” (Takeshi’s Castle). La “hazaña” del samurai Nomi por salvarse llegará a un punto en el que involucra a su hija, a los guardias de su celda (que le sugieren actuaciones para conseguir la sonrisa de un príncipe más muerto que vivo) y a todo un pueblo, incluido los tres caza recompensas, que terminará siguiendo sus actuaciones con la euforia del que en la actualidad sigue un partido de fútbol.

Hitoshi Matsumoto, director y guionista del film, trae a Sitges’11 en la Sección Oficial Fantástico Competición una comedia dramática en el que un samurai sin espada (sin dignidad, honor), por motivos que se desvelan al final, y su hija, avergonzada de su progenitor, nos ofrece una tierna historia de amor paterno filial con el transfondo del drama que supone la pérdida del ser querido, y una lección: los lazos familiares nunca se rompen, ni siquiera después de la muerte.

“Scabbard Samurai” (Saya Zamurai) es una muy buena película para disfrutar con los tuyos. En Sitges cientos de personas ya lo han hecho y el resultado han sido risas (hay bastante humor negro), sobretodo por las cada vez más ridículas actuaciones, donde acaba arrancando una risa al mismísimo Señor, padre del príncipe, y por las reacciones de los actores secundarios, en especial la cara de tonto de uno de los guardias. Pero también ha habido momentos tiernos y tristes, aunque sin llegar a arrancar una lágrima. Película, en definitiva, entretenida a modo de cuento más propia del Festival de Cine de Cataluña que del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges.

LA IMAGEN: El impactante final.

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